
Era un domingo soleado, el pueblo estaba en medio de la nada, era de unas cincuenta casas. Solo era atravezado perpendicularmente por la carretera que nacía en un horizonte e iba a morir en el otro, de la nada y hacia la nada, geometría rectilínea hipnotizante.
En medio del pueblo solo un poste de luz eléctrica, del cual todas las casas y los únicos dos negocios se colgaban de el para robar luz. El pueblo era tan insignificante que la compañía de luz no daba importancia a este robo descarado.
La reunión de vecinos era para discutir que hacer con el poste de luz, los grupos de escasos avecindados se dividía claramente en los que proponían dar aviso a alguna autoridad para que regularizara la situacion pues el pueblo era por si solo feo como ninguno como para aparte agregarle el espectáculo grotesco de los diablitos robando luz. El otro grupo, conformado por gente mayor, afirmaban que aquello seria inútil, históricamente era un cero a la izquierda para cualquier autoridad, al grado que ni las campañas políticas les llegaban.
El primer grupo acusaba al segundo de ser conformista, mediocres; mientras el segundo les reviraba la acusación de ser ilusos reaccionarios, inexpertos debido a la juventud (pues era claro que el primer grupo estaba mayormente formado por jovenes).
Para mi desgracia pase por allí en el momento mas álgido, la democracia no podía aplicar pues los grupos era igualmente numerosos, así que detuvieron mi coche, me explicaron la situación y me dijeron que yo decidiera que hacer con aquel poste de luz, allí desperté.
Alcides
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