domingo, 20 de abril de 2008

Hablar de Dios hoy.


Hablar de Dios hoy resulta un reto doble; primero, te enfrentas ante el prejuicio, casi tabú diría yo, de que la palabra de Dios es sosa, aburrida, que no pasa del discurso moralizante. Palabra pues, sin fuerza, sin Espíritu. El segundo reto es el descrédito que tienen los portadores de la palabra; el mundo esperaría verdades luces y no ese tipo de lectores de panfletos en que nos hemos vuelto. Un creyente esta esteriotipado con un tipo sin pretensiones en la vida, abandonado de su aspecto personal, sin motivaciones pues. Que encontró en la religión (por que ni siquiera se plantea que en Dios) la medida de su mediocridad. Gente caída en el fideísmo más absurdo –si es que esto no es ya un pleonasmo-, que encuentran en la obediencia ciega a la autoridad “divinamente instituida” el remedio perfecto para no buscar respuestas personales.
El reto entonces de hablar de Dios hoy es presentar un Dios vivo y actuante, que no se limito a hablar durante cinco siglos a un selecto grupo de iniciados, los cuales transcribieron cabalmente lo escuchado, dando así forma a los que es La Biblia. Un Dios Hombre que no solo resucito, ascendió al cielo y esta sentado a la derecha del padre, sino a un Cristo que esta aquí, integro, con poder a través de su Espíritu Santo, que puede y además es el único que puede dar forma definitiva y sentido al existir del individuo, desalienandolo de cuanto lo destruye y esclaviza.
Un Dios alegre y no uno vengativo, un Dios amoroso, pero cuyo amor no se limita a que nos sepamos amados por El, sino experimentar tal amor como lo experimentaron aquellos que estaban reunidos en Pentecostés.
Solo así podremos ser verdaderos evangelizadores.
Alcides