domingo, 23 de marzo de 2008


Hoy es Domingo de Resurrección, es decir, para los que nos decimos creyentes en Cristo, el culmen y muestra sublime de nuestra esperanza, la demostración de que no somos meramente polvo que vuelve al polvo, sino espíritu que encuentra en Dios el sentido de su existir y en la Resurrección del primogénito el consuelo de que todo cuanto concurre en nuestra vida esta dirigido a alcanzar esa vida a la cual entro Jesús un día como hoy.
¿Y estamos viviendo esto adecuadamente?, ¿nuestros actos están en función de nuestra esperanza?, es decir, ¿somos coherentes?, todo llamamiento moral-religioso en estos días esta encaminado a estas preguntas. Se nos exhorta sin cesar desde los altares a vivir una semana santa en consonancia a lo que se da por hecho es nuestra fe.
Sin embargo, a fuerza de querer ser francos, se llega a la conclusión de que solo se exterioriza aquello que por dentro nos consume, es decir, solo podemos vivir una semana santa consecuente con nuestra fe si en nuestro fuero interior nos consume un amor por Cristo.
Lamentablemente la Iglesia adolece en grado sumo actualmente de la capacidad de comunicar ese amor. Se ha estancado en el pasado próximo, donde al ser la religión abrumadora del pueblo no requería mas esfuerzo que algunos actos y ritos que nos remembraran la pasión de Cristo.
Así que creo, que ante este atenuante, Jesús no es un fariseo que se desgaja las vestiduras al ver las playas llenas y los templos vacíos. Pero tampoco creo que se quede sin mas con los brazos cruzados, eso es algo que jamás lo caracterizo ni en el Antiguo Testamento, ni en su fugas vida que hoy se nos presenta en los Evangelios, ni en estos dos mil años posteriores a resurrección.
¿Y que hará en cada uno de nosotros?, lo desconozco de los demás, solo puedo hablar por mi, que en estas semanas he tenido que estar con mi familia y desde allí en el trajinar diario, en la sencillez de los actos del hogar ha venido a mi, día a día, la santidad de estos tiempos.
Un Jesús que va mas allá de las palabras, que eso es el verdadero Amor, aquel que pasa de la simplicidad del dicho, a lo dramático de los hechos y la consecuencia de los mismos. Porque Amar no es fácil, implica la renuncia de uno mismo, que significa ni más ni menos, sufrir.
Alcides