
¿Por qué seguir siendo católico?.
Esta pregunta sin duda cualquier católico que no se conforme de vivir bajo la inercia, la comodidad eclesial, que lea un libro de historia o simplemente el periódico se debe acabar planteando –seriamente- en algun momento de su vida; quizás no en estos términos precisos, pero invariablemente debe estar presente esa necesidad de justificar su pertenencia a una institución que ha vuelo de pájaro pareciera se ha distanciado gravemente de su esencia. Institución que ha asesinado en nombre del amor, institución que cae en las peores hipocresías en nombre de salvar los escándalos, institución que habla de unidad pero se desentiende del dialogo, institución que habla de igualdad y segrega sin mas a hombres y mujeres, institución que se dice plenipotenciaria administradora de la Verdad, mas sin embargo ha mentido históricamente de forma sistemática. Planteado así, de esta dura manera, es inevitable la pregunta, ¿por qué seguir siendo católico?.
Sin duda la respuesta debe ser del orden personal, basada en la fe, pero cohesionada por la razón. Debe ser una decisión entre continuar o buscar por otras vías la congruencia que aquí pareciera a veces perderse; en mí caso esbozaré las ideas centrales de esta pertenencia:
Primero, es aquí, en esta Iglesia donde se me mostró y sigue mostrando al Cristo real, aquel que esta más allá de tradiciones o supersticiones, a un Jesús vivo, capaz de desalienar al hombre de su pecado. Un Jesús amigo, hermano y roca de salvación que irrumpe en tu vida y la transforma. Que tiene la capacidad de cumplir la profecía de Isaías: los que habitaban el país de la muerte han visto una luz grande.
Si, ese Jesús que se dice mucho que esta allá en sectarismo de corte protestante (fenómeno que al menos en América crece de forma exponencial), mas sin embargo también esta aquí y quizás aquí no haga tanto aspaviento mas no por ellos es menos valido.
Segundo, estoy plenamente convencido que aquí subsiste la sana doctrina aun debajo del edificio pesado de ortodoxia que se ha construido sobre ella en pos de resguardarla. Hay pues, en los padres, doctores, santos, mártires y en el magisterio un tesoro invaluable, al cual estamos llamados a desenterrar mediante un doble esfuerzo, primero para dejar de ser meros espectadores de lo que pasa dentro del catolicismo y, segundo, hacer del amor fraterno el verdadero motor de nuestra cotidianidad como individuos y como miembros de esta comunidad universal que es la Iglesia.
Tercero, no creo, contra lo que dice la publicidad de muchas sectas, que la situación de pecado sea diferente en otras denominaciones. Al respecto, por allí escuche a un ministro protestante decir que el había recibido el don de no cometer pecado alguno desde hace quince años, con franqueza, es tan ingenuo eso, pues en si mismo ya conlleva una carga fuerte de egocentrismo y vanidad.
Esperar pues que un individuo o un grupo de estos deje de contener en si mismo luz y sombra, virtud y pecado es una apuesta de ilusos y, además, solo retrasa nuestra respuesta madura respecto a esta condición humana que es la contradicción.
Cuarto, el hombre es un ser social, esta condicionado a vivir en grupos y la fe no escapa a esta necesidad; eso de vivir la religiosidad de forma privada, de decir “no necesito ir a una religión o iglesia, porque yo hablo con Dios en cualquier parte”, no es mas que mutilar la dimensión espiritual que poseemos.
Si pensamos así, es obvio inferir que requerimos un grupo de individuo junto a los cuales celebrar la fe en su forma comunitaria; para mí el grupo idóneo sigue siendo la Iglesia Católica.
Quinto. Aquí he echado raíces en mi relación con otras personas; he nacido y crecido espiritualmente junto a un gran numero de personas cuya fe es sincera, que comparten dolores y alegrías; que su consejo, a veces callado, con su solo modo de vida, me alienta a creer que no todo esta mal. Gente de todo tipo y todos los estratos, pero sin embargo amalgamados por Cristo y en Cristo.
Espero en Dios que la concientizacion de cuanto somos nosotros mismos como Iglesia sea un fenómeno que no se detenga; la Iglesia esta llegando a un momento critico, lo retos son muchos y de índole grave, el Concilio Vaticano II es el intento mas claro de responder a esta situación, sin embargo, pasadas cuatro décadas, el espíritu renovador y de apertura de este pareciera extinguirse por el miedo absurdo al cambio y por el intento obsesivo de imponer visiones personales de lo que debe ser la Iglesia: el laico rezando y obedeciendo, mientras el sacerdote administrando sacramentos y disparando discursos moralizantes.
Por ultimo quisiera transcribir una oración del obispo brasileño Helder Camara, cuya vida es uno de los ejemplos de congruencia contemporáneos más impresionantes:
¡Ven, Señor! No sonrías diciendo que ya estás entre nosotros. son millones los que no te conocen todavía. ¿Y de que sirve el conocerte? ¿para que tu venida, si para los tuyos la vida prosigue como si tal cosa...? ¡conviértenos! ¡sacúdenos! que tu mensaje se haga carne en nuestra carne, sangre de nuestra sangre, razón de nuestra vida. Que nos arranque de la tranquilidad de la buena conciencia, que sea exigente, incomodo, porque no es otro el precio que hemos de pagar para alcanzar la paz profunda, la paz diferente: tu paz.
Alcides
Esta pregunta sin duda cualquier católico que no se conforme de vivir bajo la inercia, la comodidad eclesial, que lea un libro de historia o simplemente el periódico se debe acabar planteando –seriamente- en algun momento de su vida; quizás no en estos términos precisos, pero invariablemente debe estar presente esa necesidad de justificar su pertenencia a una institución que ha vuelo de pájaro pareciera se ha distanciado gravemente de su esencia. Institución que ha asesinado en nombre del amor, institución que cae en las peores hipocresías en nombre de salvar los escándalos, institución que habla de unidad pero se desentiende del dialogo, institución que habla de igualdad y segrega sin mas a hombres y mujeres, institución que se dice plenipotenciaria administradora de la Verdad, mas sin embargo ha mentido históricamente de forma sistemática. Planteado así, de esta dura manera, es inevitable la pregunta, ¿por qué seguir siendo católico?.
Sin duda la respuesta debe ser del orden personal, basada en la fe, pero cohesionada por la razón. Debe ser una decisión entre continuar o buscar por otras vías la congruencia que aquí pareciera a veces perderse; en mí caso esbozaré las ideas centrales de esta pertenencia:
Primero, es aquí, en esta Iglesia donde se me mostró y sigue mostrando al Cristo real, aquel que esta más allá de tradiciones o supersticiones, a un Jesús vivo, capaz de desalienar al hombre de su pecado. Un Jesús amigo, hermano y roca de salvación que irrumpe en tu vida y la transforma. Que tiene la capacidad de cumplir la profecía de Isaías: los que habitaban el país de la muerte han visto una luz grande.
Si, ese Jesús que se dice mucho que esta allá en sectarismo de corte protestante (fenómeno que al menos en América crece de forma exponencial), mas sin embargo también esta aquí y quizás aquí no haga tanto aspaviento mas no por ellos es menos valido.
Segundo, estoy plenamente convencido que aquí subsiste la sana doctrina aun debajo del edificio pesado de ortodoxia que se ha construido sobre ella en pos de resguardarla. Hay pues, en los padres, doctores, santos, mártires y en el magisterio un tesoro invaluable, al cual estamos llamados a desenterrar mediante un doble esfuerzo, primero para dejar de ser meros espectadores de lo que pasa dentro del catolicismo y, segundo, hacer del amor fraterno el verdadero motor de nuestra cotidianidad como individuos y como miembros de esta comunidad universal que es la Iglesia.
Tercero, no creo, contra lo que dice la publicidad de muchas sectas, que la situación de pecado sea diferente en otras denominaciones. Al respecto, por allí escuche a un ministro protestante decir que el había recibido el don de no cometer pecado alguno desde hace quince años, con franqueza, es tan ingenuo eso, pues en si mismo ya conlleva una carga fuerte de egocentrismo y vanidad.
Esperar pues que un individuo o un grupo de estos deje de contener en si mismo luz y sombra, virtud y pecado es una apuesta de ilusos y, además, solo retrasa nuestra respuesta madura respecto a esta condición humana que es la contradicción.
Cuarto, el hombre es un ser social, esta condicionado a vivir en grupos y la fe no escapa a esta necesidad; eso de vivir la religiosidad de forma privada, de decir “no necesito ir a una religión o iglesia, porque yo hablo con Dios en cualquier parte”, no es mas que mutilar la dimensión espiritual que poseemos.
Si pensamos así, es obvio inferir que requerimos un grupo de individuo junto a los cuales celebrar la fe en su forma comunitaria; para mí el grupo idóneo sigue siendo la Iglesia Católica.
Quinto. Aquí he echado raíces en mi relación con otras personas; he nacido y crecido espiritualmente junto a un gran numero de personas cuya fe es sincera, que comparten dolores y alegrías; que su consejo, a veces callado, con su solo modo de vida, me alienta a creer que no todo esta mal. Gente de todo tipo y todos los estratos, pero sin embargo amalgamados por Cristo y en Cristo.
Espero en Dios que la concientizacion de cuanto somos nosotros mismos como Iglesia sea un fenómeno que no se detenga; la Iglesia esta llegando a un momento critico, lo retos son muchos y de índole grave, el Concilio Vaticano II es el intento mas claro de responder a esta situación, sin embargo, pasadas cuatro décadas, el espíritu renovador y de apertura de este pareciera extinguirse por el miedo absurdo al cambio y por el intento obsesivo de imponer visiones personales de lo que debe ser la Iglesia: el laico rezando y obedeciendo, mientras el sacerdote administrando sacramentos y disparando discursos moralizantes.
Por ultimo quisiera transcribir una oración del obispo brasileño Helder Camara, cuya vida es uno de los ejemplos de congruencia contemporáneos más impresionantes:
¡Ven, Señor! No sonrías diciendo que ya estás entre nosotros. son millones los que no te conocen todavía. ¿Y de que sirve el conocerte? ¿para que tu venida, si para los tuyos la vida prosigue como si tal cosa...? ¡conviértenos! ¡sacúdenos! que tu mensaje se haga carne en nuestra carne, sangre de nuestra sangre, razón de nuestra vida. Que nos arranque de la tranquilidad de la buena conciencia, que sea exigente, incomodo, porque no es otro el precio que hemos de pagar para alcanzar la paz profunda, la paz diferente: tu paz.
Alcides