
Recuerdo que hace unos diez años, cuando le comente a un buen amigo sacerdote mi decisión de casarme tras las consabidas felicitaciones disparo una frase que no se me ha olvidado, “soplan tiempos difíciles para el matrimonio”, aquella ocasión mi respuesta fue que lo mismo sucedía para el sacerdocio, pues se acababa de publicar un estudio donde se calculaba en 55,000 curas los que habían abandonado el ministerio durante lo que iba del pontificado de Juan Pablo II, con lo cual se rompía el record de cualquier cisma, incluyendo el de la reforma protestante iniciada por Martín Lutero.
Después de todo este tiempo, con tristeza me ha tocado ver como parejas de familiares, amigos y conocidos se han ido separando en el camino, con su cuota de hijos que quedan en hogares deficitarios. Creo que aun no hemos podido ver todo el costo social e individual que esta tendencia de los últimos 60 años le va a costar a la humanidad; pero el incremento en la violencia que exteriorizan las nuevas generaciones, así como el uso de mas y mortales drogas es solo la punta del iceberg de todo lo que le pasara al humano. Todavía se cree ingenuamente que unas cuantas sesiones con el psicólogo sirven para sanar la herida tan profunda que la ausencia de uno de los padres ocasiona en los menores. Claro esta que entiendo que hay ocasiones particulares en que la convivencia se vuelve imposible, el mismo Jesús lo dijo alguna vez –fuera del caso de infidelidad-, sin embargo volver la excepción la moneda común es algo peligroso en lo que hemos caído.
No falta, es mas, sobreabundan los modernistas en busca de reliquias institucionales que quemar, así han dado con el matrimonio, al cual le han quitado el “para siempre” y le han puesto la etiqueta “mientras me hagas feliz”, le han quitado el “hombre-mujer”, para que sea “todos contra todos”.
Hay dos definiciones que me han gustado de sobremanera respecto del matrimonio, la primera dice: dos realidades emocionales conviviendo íntimamente. Es decir, y lo hemos escuchado hasta el cansancio, todo mundo cuenta como le fue en la fiesta, el marido se queja de la esposa y viceversa. Es decir, se vive en un egoísmo en la mayoría de ambos cónyuges que les impide ponerse en el lugar del otro. Acto, que solo proponerlo puede sonar inútil.
Segunda definición: sucesión infinita de pequeñas renuncias; o quizás mas que definición esta seria la formula del matrimonio feliz, aunque por si misma suena a todo un reto o toda una cruz que cargar, ¿Quién esta dispuesto o dispuesta a esa renuncia?. Además de una renuncia no reflexionada llevaría inevitablemente a una especie de esclavitud.
Creo que nadie nació sabiendo ser esposa o esposo y, lo que es peor nadie nos lo enseño, ni aun nuestros mismos padres. Lo que sabemos la mayoría se remite a lo que vimos y oímos de ellos en el trato diario que se daban.
También seria ingenuo creer que se puede llegar a ser un buen cónyuge solamente leyendo un libro o yendo al terapeuta de pareja. Si bien es cierto que las relaciones interpersonales penden en gran medida de la inteligencia emocional de cada uno y, que esta, puede ser ejercitada con la asesoria sicológica adecuada, hay un sin fin de factores en el individuo que determinan y estimulan su comportamiento en pareja; desde el ejemplo que vivieron en el hogar de los padres que ya citábamos (Complejos de Electra y Edipo), hasta la condición socioeconómica, la educación, etc. etc.
Hasta donde puedo darme cuenta, la vía más segura y aun así no infalible para tener una relación conyugal aceptable es que los dos tengan un desarrollo integral de toda la potencialidad como humanos, es decir, que no descuiden ninguna de las dimensiones: cuerpo, mente y espíritu. Pero que dicho proceso sea a la par, sino se formaron verdaderos abismos.
Alcides
Después de todo este tiempo, con tristeza me ha tocado ver como parejas de familiares, amigos y conocidos se han ido separando en el camino, con su cuota de hijos que quedan en hogares deficitarios. Creo que aun no hemos podido ver todo el costo social e individual que esta tendencia de los últimos 60 años le va a costar a la humanidad; pero el incremento en la violencia que exteriorizan las nuevas generaciones, así como el uso de mas y mortales drogas es solo la punta del iceberg de todo lo que le pasara al humano. Todavía se cree ingenuamente que unas cuantas sesiones con el psicólogo sirven para sanar la herida tan profunda que la ausencia de uno de los padres ocasiona en los menores. Claro esta que entiendo que hay ocasiones particulares en que la convivencia se vuelve imposible, el mismo Jesús lo dijo alguna vez –fuera del caso de infidelidad-, sin embargo volver la excepción la moneda común es algo peligroso en lo que hemos caído.
No falta, es mas, sobreabundan los modernistas en busca de reliquias institucionales que quemar, así han dado con el matrimonio, al cual le han quitado el “para siempre” y le han puesto la etiqueta “mientras me hagas feliz”, le han quitado el “hombre-mujer”, para que sea “todos contra todos”.
Hay dos definiciones que me han gustado de sobremanera respecto del matrimonio, la primera dice: dos realidades emocionales conviviendo íntimamente. Es decir, y lo hemos escuchado hasta el cansancio, todo mundo cuenta como le fue en la fiesta, el marido se queja de la esposa y viceversa. Es decir, se vive en un egoísmo en la mayoría de ambos cónyuges que les impide ponerse en el lugar del otro. Acto, que solo proponerlo puede sonar inútil.
Segunda definición: sucesión infinita de pequeñas renuncias; o quizás mas que definición esta seria la formula del matrimonio feliz, aunque por si misma suena a todo un reto o toda una cruz que cargar, ¿Quién esta dispuesto o dispuesta a esa renuncia?. Además de una renuncia no reflexionada llevaría inevitablemente a una especie de esclavitud.
Creo que nadie nació sabiendo ser esposa o esposo y, lo que es peor nadie nos lo enseño, ni aun nuestros mismos padres. Lo que sabemos la mayoría se remite a lo que vimos y oímos de ellos en el trato diario que se daban.
También seria ingenuo creer que se puede llegar a ser un buen cónyuge solamente leyendo un libro o yendo al terapeuta de pareja. Si bien es cierto que las relaciones interpersonales penden en gran medida de la inteligencia emocional de cada uno y, que esta, puede ser ejercitada con la asesoria sicológica adecuada, hay un sin fin de factores en el individuo que determinan y estimulan su comportamiento en pareja; desde el ejemplo que vivieron en el hogar de los padres que ya citábamos (Complejos de Electra y Edipo), hasta la condición socioeconómica, la educación, etc. etc.
Hasta donde puedo darme cuenta, la vía más segura y aun así no infalible para tener una relación conyugal aceptable es que los dos tengan un desarrollo integral de toda la potencialidad como humanos, es decir, que no descuiden ninguna de las dimensiones: cuerpo, mente y espíritu. Pero que dicho proceso sea a la par, sino se formaron verdaderos abismos.
Alcides