viernes, 25 de julio de 2008


Despiertala poeta,
Vive detrás de aquella ventana,
Ha puesto cortinas grises
Para desilusionar a ingenuos, primerizos
E indecisos.

Hazle poeta,
Un collar de planetas lejanos,
Con los cuales sienta que
Por su cuello altivo pasean tus manos.

Róbale poeta,
Las manecillas a su reloj,
Para que se quede allí sentada
En el balcón junto a las flores, enamorada.

¡Vamos poeta!

alcides

jueves, 24 de julio de 2008


¿Cuál es la felicidad posible?


La felicidad es uno de los bienes más ansiados por el ser humano, pero no puede ser comprada ni en el mercado, ni en la bolsa, ni en los bancos. A pesar de eso, alrededor de ella se ha creado toda una industria que viene bajo el nombre de auto-ayuda. Con pedazos de ciencia y de psicología se procura ofrecer una fórmula infalible para alcanzar «la vida que usted siempre soñó». Confrontada, sin embargo, con el curso inalterable de las cosas, se muestra insostenible y falaz. Curiosamente, la mayoría de los que buscan la felicidad intuyen que no puede encontrarla en la ciencia pura o en algún centro tecnológico. En Brasil van a un pai o una mãe de santo, o a un centro espírita, o frecuentan un grupo carismático, consultan a un gurú, leen el horóscopo o estudian el I-Ching de la felicidad. Tienen conciencia de que la consecución de la felicidad no está en la razón analítica o calculatoria sino en la razón sensible y en la inteligencia emocional y cordial. Esto porque la felicidad debe venir de dentro, del corazón y de la sensibilidad.
Para decirlo sin rodeos: no se puede ir directamente a la felicidad. Quien lo hace así es infeliz casi siempre. La felicidad resulta de algo anterior: de la esencia del ser humano y de un sentido de justa medida en todo.
La esencia del ser humano reside en su capacidad de relacionarse. Él es un nudo de relaciones, una especie de rizoma, cuyas raíces apuntan en todas las direcciones. Sólo se realiza cuando activa continuamente su panrelacionalidad, con el universo, con la naturaleza, con la sociedad, con las personas, con su propio corazón y con Dios. Esa relación con lo diferente le permite el intercambio, el enriquecimiento y la transformación. La felicidad o infelicidad nace de este juego de relaciones en proporción a la calidad de las mismas. Fuera de la relación no hay felicidad posible.
Pero eso no basta. Importa vivir un sentido profundo de justa medida en el cuadro de la condición humana concreta. Ésta está hecha de realizaciones y de frustraciones, de violencia y de cariño, de la monotonía de lo cotidiano y de acontecimientos sorprendentes, de salud, de enfermedad y, por último, de muerte.
Ser feliz es encontrar la justa medida en relación a estas polarizaciones. De ahí nace un equilibrio creativo: sin ser demasiado pesimista porque ve las sombras, ni demasiado optimista porque percibe las luces. Ser concretamente realista, asumiendo creativamente lo incompleto de la vida humana, intentando, día a día, escribir derecho con renglones torcidos.
La felicidad depende de esa actitud, especialmente cuando nos enfrentamos a los límites inevitables, como por ejemplo, las frustraciones y la muerte. De nada vale ser rebelde o resignado, pero todo cambia si somos creativos: eso hace de los límites fuentes de energía y de crecimiento. Es lo que llamamos resiliencia: el arte de sacar ventaja de las dificultades y de los fracasos.
Aquí aparece un sentido espiritual de la vida, sin el cual la felicidad no se sostiene a mediano y a largo plazo. Entonces resulta que la muerte no es enemiga de la vida, sino un salto rumbo a un otro orden más alto. Si nos sentimos en la palma de las manos de Dios, nos serenamos. Morir es sumergirnos en la Fuente. De esta forma, como dice Pedro Demo, un pensador que en Brasil hizo el mejor estudio de la Dialéctica de la Felicidad (en tres tomos, publicados por la editorial Vozes, de Petrópolis): «Si no se puede traer el cielo a la tierra, por lo menos podemos acercarlos». Ésta es la sencilla y factible felicidad que podemos conquistar penosamente, como hijos e hijas de Adán y Eva venidos a menos.


Leonardo Boff

martes, 22 de julio de 2008

¿Creyente igual a ingenuo?



A menudo me he topado con el prejuicio de que el creyente es una persona ingenua, que ante el sin sentido de la vida opto por asumir realidades especulativas o que por apatía intelectual decidió culpar a un ser superior de todo lo incognoscible hasta ahora, o como dijo K, Marx: la religión es el opio de los pueblos (y la medida de su ignorancia).
Así que Dios viene siendo como la cueva que resguarda a los cobardes de la tormenta que la ciencia y tecnología han desatado sobre la humanidad.
De entrada, y para seguir en el tenor intelectual, como dice Luc Ferry no hay un filosofo serio que pueda deja de pronunciarse sobre lo trascendente, sobre aquello que brota desde dentro mismo del ser y que suele llamarse espíritu. Un buen filosofo debe dilucidar sobre lo intangible y responder a las dos primeras preguntas que surgieron y que aun no encuentran consenso: ¿Por qué estamos aquí?, ¿hacia donde vamos después de la muerte?.
No faltara el que se salte el tema en aras de un materialismo, modernismo o pragmatismo con el argumento de que “esta suficientemente discutido y demostrado que somos materia, no hay dioses alguno en el universo y estamos aquí por una combinación azarosa de moléculas”; sin embargo esta simplificación de la simplificación (perdón por la redundancia) es errónea y deficitaria. Solo es un negarse a asumir el tema por miedo a descubrir la verdad.
El comunismo y socialismo del siglo pasado son una muestra fehaciente de este error, pretendieron negar todo lo “espiritual” diciendo que solo era una manifestación de la materia. En ello signaron su propia tumba pues un humano sin espíritu es un tirano y en tiranías se volvieron los gobiernos de corte marxista-leninista.
Ahora bien, de los hombres de fe se pueden decir muchas cosas malas, eso es innegable, la contradicción es raíz profunda en el individuo y aquel que se dice seguidor del bien, no queda exento de esa doble naturaleza que cohabitan en el corazón mismo de cada uno. Sin embargo, por ello los no creyentes suelen señalar al creyente de hipócrita, doble cara, etc. No dudo, y conozco muchos casos de quienes hacen de la fe un mercado, el modo fácil de obtener un modus viven di, sin embargo subsisten en las religiones suficientes ejemplos de personas que luchan por vivir en congruencia. No dudo que aun estas minorías caigan, fallen o pequen –como guste llamarle-, pero soy un convencido de que el verdadero hombre espiritual es aquel que ha ido renunciando poco a poco y con esfuerzo al llamado del mal.

Alcides