viernes, 28 de diciembre de 2007

Llegar a viejo


Llegar a viejo, morir, volverse un recuerdo en unos cuantos y después la nada aparente, es un destino irreversible que pareciera cernirse como una maldición sobre todos en algun momento de la vida.
De entrada, esto se debe, a mi ver, a que el humano es en su dimensión espiritual es eterno y, por tanto, esa área de nuestro ser exige una solución ante la disyuntiva que es la vida, es decir, ¿somos solo polvo que vuelve al polvo?, o ¿somos eternidad atrapada en perenne materia?, de la respuesta que demos a estas cuestiones se suscita un sinfín de respuestas que a su vez presentamos a la vida y también ante la muerte.
Hemos sido sacados de la naturaleza para dominarla, los demás seres actúan a lo sumo por un impulso desconocido que solemos llamar instinto, así pues, nacen, crecen, se reproducen y mueren, sin aparentar la mas mínima preocupación por su destino en la eternidad; sin embargo nosotros tenemos conciencia de nuestra situación transitoria en esta vida y requerimos respuestas, ¿somos solo resultado de una combinación afortunada de elementos químicos, que con el paso de millones de años devino en esto que somos ahora?, o ¿fuimos creados por un Dios para compartir con el su omnipotencia, omnisciencia, omnisapiencia, omnipresencia, etc. y esta vida es solo una muestra de lo venidero?.
La idea de un Dios, no puede ser menospreciada a priori en aras de un racionalismo que en el fondo solo es –paradójicamente- un prejuicio que desdeña sin mas lo intangible por ser verificable solo por la voluntad personal, es decir la fe.
Así pues, como decía al principio, tarde o temprano, generalmente tarde, nos llegan estos cuestionamientos a la mente. La vejez, una enfermedad grave, la muerte de un ser querido, lo inexplicable del sentido mismo del dolor, nos dejan de pronto parados a la orilla del precipicio de nuestra fragilidad como humanos y es entonces cuando empezamos a buscar estas respuestas.
Para mi, como para muchísimos mas, la respuesta ante la vida es que estamos aquí por un designio divino, es decir, hemos sidos insertados en esta vida como un regalo primero de Dios, mas sin embargo El, al crearnos no ha omitido nuestro libre albedrío para decidir si tomamos ese Don que es la eternidad. En otras palabras, se podría decir que estamos en una especie de examen de admisión para la eternidad.
Bajo esta condición de la materia en la que estamos, nuestro entendimiento es necesariamente limitado, “vemos borroso, como entre nubes, pero el último día veremos plenamente la gloria de Dios” dice La Biblia, es decir, intuimos, presentimos un Dios, pero nuestra propia condición nos impide poder apreciarla en todo su esplendor.
En este punto, seria fácil concluir que cualquiera puede entonces buscar a Dios como pueda, bastándose con su propio esfuerzo, pues tal es nuestra condición y que nada de reprochable hay en ello.
De entrada podría decirse que si, sin embargo seria afirmar que Dios nos ha condenado a una orfandad en esta vida, pero ello no es así, para poder tener una certeza de eternidad a sido insertado Cristo en la historia, el es pues, el camino, la verdad y la vida, fuera de el subsiste ese sentimiento de desamparo ante la magnificencia de Dios y sus obras, sin Cristo se puede creer en Dios, pero ese Dios es visto como un gran extraño; mas junto a El, junto a Cristo hay la confianza de sentirse amado por Dios, de poder llamarlo Padre, de sentirse coherederos de su amor y por tanto es un deber comunicar esa experiencia de amor a los demás en este mundo que carece precisamente de ello.


Alcides

Spe Salvi: el nuevo Ratzinger



Relata el obispo San Agustín de Hipona, doctor de la Iglesia, en su celebre libro Confesiones que cuando fue propuesto a vox populli para el sacerdocio rogó con todos los argumentos posibles y hasta con llanto para no ser depositario de tal cargo, lo anterior debido a que en los primeros siglos del cristianismo el sacerdote era elegido de entre los miembros de la comunidad por estos mismos.
Me imagino que lo mismo sucedió mas o menos en el fuero interior del cardenal Joseph Ratzinger durante el conclave que lo designo nuevo pontífice, ¿Por qué?, porque no es ningún secreto que Ratzinger es un teórico total, un hombre dedicado al estudio, un doctor en teología que toda su vida se alejo de los reflectores, pero cuya influencia durante el papado de Juan Pablo II fue decisivo y sin duda llego a ser su brazo derecho; así que un puesto como el de papa no debió estar entre sus planes, así como para San Agustín tampoco lo estaba en su momento, pues el soñaba con dedicarse al estudio plenamente.
Precisamente desde un principio nuestro nuevo pontífice fue sumamente criticado por este origen y vocación meramente intelectual, totalmente contraria a la de su predecesor, un Karol Vojktila que gustaba de las masas y que no por nada fue llamado “el papa viajero”.
Entonces, aquí tenemos en su segunda carta encíclica a un Benedicto XVI que trata de darse a entender, el sabe que ya no puede usar un lenguaje de erudición, sino que hoy sus escritos deben ser dirigidos a las personas de las mas contrastantes formaciones intelectuales. Sin embargo (y esto no es un “pero”) no puede dejar de hacer uso de su basto conocimiento pues en este documento presto hace referencia a clásicos de la literatura como Dovstojeski, como a grandes filósofos (E. Kant o Platón). Es decir, es un documento profundo, pero no por ello de difícil lectura.; pues no faltan las explicaciones con vidas de santos o inclusive el final de la encíclica muestra un poco el lado poético de nuestro Papa.
No faltara el que señale de arcaico y retrogrado a lo expuesto aquí por Benedicto XVI, ese es el precio mínimo que hay que pagar por sostenerse en la verdad; sin embargo las acusaciones provendrán de grupos a favor de que el catolicismo y el cristianismo en general se vuelva un mero relativismo moral, es decir, que sea el individuo el que decida por si mismo que es pecado y que no: ¿el aborto?, ¿la eutanasia?, ¿la homosexualidad activa?. ¿el ecumenismo sin importar donde esta la verdad?, ¿el divorcio?, pero al final como dijo Jesús “por sus frutos los conocerán”.