sábado, 16 de agosto de 2008

Claroscuros de Beijing


Hace mas de un año Televisa y TV Azteca se disputaban ya la audiencia del gran publico para las olimpiadas; pues en el fondo, el motor principal de las olimpiadas son negocio, negocio que anda en los 52 mil millones de pesos según las cifras mas conservadoras, ganancias solamente para el Comité Olímpico Internacional.
Las televisoras desplegaron a todas sus figuras del espectáculo hacia la capital China, ya poco importa el deporte, lo que interesa es atraer pues al gran publico con el fin de poder vender mas caros los segundos de un comercial. Para ello no importa pues escrúpulo alguno, ni ofender la inteligencia de los televidentes. Igual se nos venden historias sentimentaloides en torno a nuestros deportistas, que dicho sea de paso, como delegación no aspiran a mas que un papel mediocre en el medallero como acostumbran.
Se trata de disfrazar de glamour la idiotez en que se ha vuelto la televisión publica mexicana, cayendo en lo grotesco, sin embargo es tan común que poco nos damos cuenta, así que nadie dice nada y nos sentamos a ver esas narices respingadas con cirugías, los senos injertados con silicón y esa sarta de estupideces que solo los y las periodistas del espectáculo son capaces de producir de forma tan grande.
Pero sobrevive el deporte, a pesar del nefasto espectáculo comercial que ronda su cielo, como buitre para devorarlo; sobrevive por que el deporte es una de las actividades que nos distingue como especie, competir con otros no para sobrevivir, sino para superarnos a nosotros mismos es lo que nos hace menos irracionales. El hombre es un ser social, necesita al otro, para ser el mismo, las olimpiadas son la expresión de esa vida en sociedad, sociedad global debido al avance científico y tecnológico.
Alcides

viernes, 15 de agosto de 2008


Hoy celebramos los católicos la Asunción de Maria, dogma de fe a partir de 1950. Cuestionar cualquier cosa sobre esta gran mujer es sin duda asumido para la gran mayoría de los sedicentes católicos como un acto beligerante. Y sin embargo sabemos tan poco históricamente de ella. Los evangelios apenas si la mencionan y San Pablo guarda total silencio en sus epístolas; así que, no habiendo mas, nos basamos en conjeturas mayormente.
Quizás ese silencio histórico se deba a que precisamente Dios quería prever el desvió de la fe hacia una idolatría a Maria. Al respecto el psicoanalista Erich Fromm lo señalo hace muchos años, el éxito del catolicismo radico grandemente en que Maria despertaba ese sentido maternal de la divinidad que necesitan los humanos. Es decir, veíamos en Maria una diosa.
Por eso necesitamos a la verdadera Maria, a la mujer, a la que a veces no tenia dinero ni para comer, a la que anduvo por estas tierras llenándose de polvo, que sudo, que lloro, que rió, que cocino para Jesús, que todo lo hizo en el amor mas sublime, el amor callado, yo me quedo con esa Maria.


Alcides

miércoles, 13 de agosto de 2008

¿Hay razones para creer?


Juan José TAMAYO-ACOSTA


En una carta que el teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer dirigió el 21 de julio de 1944, desde la sección militar de la cárcel de Berlín-Tegel, a su amigo Eberhard Bethge -editor de la obra más emblemática del teólogo alemán, Resistencia y sumisión. Cartas y apuntes desde la prisión-, rememora el diálogo mantenido durante su estancia en los Estados Unidos con el joven pastor protestante Jean Naserre. Se preguntaban entonces por lo que quería hacer cada uno con su vida. El joven pastor le dijo que su máxima aspiración consistía en ser santo. Bonhoeffer, contradiciéndole abiertamente, le replicó que él 'quería aprender a creer'. A renglón seguido comenta: 'Más tarde comprendí, y aún sigo constatándolo, que sólo viviendo plenamente la vida de este mundo es como aprendemos a creer'.
Con esta breve reflexión, Bonhoeffer estaba marcando el nuevo camino de la fe y de la experiencia religiosa en un mundo secularizado y 'mayor de edad' en el sentido kantiano. Sólo se puede aprender a creer viviendo en el mundo y comprometiéndose solidariamente en su transformación. Tal ha de ser, a mi juicio, la actitud de toda persona creyente -de cualquier religión- que no quiere instalarse en las creencias heredadas, sino que desea vivir su fe de manera adulta y motivada, con una actitud crítica y sin caer ni en el fanatismo ni en actitudes crédulas.
Hoy la fe no es algo obvio ni evidente. Quizá no lo haya sido nunca, ni lo será en el futuro. La in-evidencia y la no-obviedad son constitutivas de la experiencia religiosa. A su vez, como recuerda el teólogo italiano Franco Ardusso, 'el creyente no puede creer a la ligera, ya que es un sujeto humano dotado de exigencias de honestidad intelectual y de rectitud moral respecto a los actos que realiza'. Honestidad y rectitud que le prohíben llevar a cabo cualquier acto de suicidio de la propia inteligencia, como sería la consideración de la fe como un salto en el vacío contra o fuera de la razón. Precisamente por eso es necesario dar razones de la fe como actitud y opción de vida.
Ahora bien, ¿cuáles son esas razones? Veamos algunos de los modelos propuestos en la historia de la reflexión cristiana. Uno es el de la vía negativa, que puede resumirse en la pregunta '¿creer, por que no?', o en el prudente 'quizá sea verdad'. No excluye que la ciencia y la razón puedan iluminar un buen trecho en el itinerario de la fe, pero reconoce, al mismo tiempo, que ninguna de las dos es capaz de guiar hacia la meta de ese itinerario. La persona creyente adopta una actitud de disponibilidad, acogida y apertura hacia el misterio de Dios que se manifiesta de múltiples formas y por múltiples caminos. Es el modelo de los místicos que experimentan a Dios como el innominado e indefinible y llegan a hablar de la 'nada de Dios', como hace el maestro Eckhardt.
Otro modelo es el del testigo autorizado, al que ha recurrido la apologética tradicional. Fundamenta el acto de fe en los milagros y la resurrección de Cristo. Ambos fenómenos se consideran históricos y empíricamente verificables y se presentan como signos del poder divino sobre la naturaleza que eliminan toda sombra de duda en torno a la credibilidad de la revelación. Este modelo se mueve dentro de una concepción mítica de la fe cristiana y se muestra incapaz de dialogar con el mundo de la increencia. Apenas tiene seguidores en la teología actual, fuera de los círculos fundamentalistas. Sobre todo después de la aplicación del método de desmitologización, por parte de Bultmann, a los textos del Nuevo Testamento.
El tercer modelo es el antropológico, que busca -y cree encontrar- las razones de la fe en el interior del ser humano: 'Dios en el fondo del ser', al decir de Paul Tillich. La revelación no aparece como algo externo o superior a la persona, sino que sintoniza con las más profundas aspiraciones humanas y responde a las preguntas más acuciantes sobre el sentido. Es el modelo seguido por las teólogas y los teólogos sensibles al giro antropológico de la modernidad (Rahner, por ejemplo).
La teología política sitúa las razones de la fe no en el horizonte de la razón científico-instrumental o técnica, sin sujeto ni historia, ni en el de la razón pura, que ni siente ni padece, sino en el de la razón práctica en su dimensión pública y subversiva, que cuestiona la sociedad burguesa y se traduce en solidaridad con las víctimas. La persona creyente acredita la verdad de la fe a través de una praxis histórica transformadora. Es un modelo ampliamente compartido por la teología europea de los últimos 50 años (Moltmann, Metz, etc.) y respetado en buena medida por la teoría crítica de la sociedad.
A la familia de la teología política pertenecen las teologías de la liberación -aunque con diferencias propias de toda familia-, que buscan las razones de la fe no en los dogmas del cristianismo, sino en la opción por los marginados y excluidos. Opción que es vivida en el encuentro con el Dios de los pobres y expresada a través de la praxis de liberación. Se trata de dar razón de la fe en el Dios de la vida frente a los ídolos de muerte y de hacerlo creíble como liberador en un mundo de opresión creciente. La opción por los pobres constituye la verdad ética y teológica primera. Siguen este modelo las diferentes teologías de la liberación del Tercer Mundo (latinoamericana, asiática, africana, etc.) y los movimientos cristianos proféticos.
La teología feminista propone un nuevo paradigma en lo referente a las razones de la fe. Para ella, la imagen de Dios Todopoderoso y Justiciero, Impasible e Inmutable, es una proyección androcéntrica creada por la teología y la teodicea patriarcales para legitimar el poder-dominio de los varones sobre las mujeres y sobre la naturaleza (también sobre Dios). Esta teología rechaza las razones 'kiriárquicas' de la fe, que convierten a Dios en varón y a éste en Dios. Como alternativa propone la vía de la razón compasiva que, desde la subjetividad de la mujer, considera a Dios sensible a las discriminaciones de género y solidario con quienes sufren todo tipo de marginación.
Ahora bien, el problema de la fe no se dirime sólo en el terreno de las razones, cualesquiera que éstas sean. En la fe, como en toda experiencia humana, hay también una 'lógica del corazón', que no tiene por qué seguir miméticamente la lógica de la razón. 'El corazón -decía Pascal- tiene razones que la razón no entiende'. No se trata de poner en conflicto ambas lógicas, sino de compaginarlas para no incurrir ni en un fideísmo crédulo ni en un racionalismo frío. En la fe hay, además, una voluntad de creer, como ha señalado Norberto Bobbio: 'Siempre he sentido un gran respeto por los creyentes, pero no soy un hombre de fe. La fe, cuando no es un don, es un hábito; cuando no es un don ni un hábito, es el resultado de una fuerte voluntad de creer'. En definitiva, en la base de las razones de la fe se encuentra una experiencia, y en el fondo de ella late la cuestión del sentido de la existencia. Y eso merece respeto.
Ahora bien, si la fe tiene sus razones, también las tiene -y no menos sólidas- la increencia, y el creyente ha de tomarlas en serio, respetarlas y entrar en diálogo con ellas, en vez de condenarlas, como hacía la apologética tradicional hoy renacida de sus cenizas, o revestirlas de 'creencia implícita', como hicieron -equivocadamente, a mi juicio- los defensores del 'cristianismo anónimo'. Coincido a este respecto con Jean Lacroix cuando afirma: 'Una cierta apologética insistía en los últimos tiempos tal vez excesivamente sobre la fe implícita del ateo y pretendía establecer que el ateo confiesa a pesar de todo a Dios, contra sus propias afirmaciones. Hoy, por el contrario, se debería hablar de la incredulidad del creyente' (subrayado mío). Efectivamente, la increencia concierne también, y de manera directa, a los propios creyentes. La fe se siente permanentemente amenazada no sólo ni de forma prioritaria por los embates que le vienen de fuera, ni siquiera por el ateísmo, el agnosticismo o la indiferencia religiosa, sino por su propia naturaleza. En la persona creyente hay una inclinación existencial hacia la incredulidad por el carácter oscuro e inobjetivable de la fe. Fe e incredulidad conviven juntas en los creyentes, como demuestran los místicos que, según confesión propia, vivieron su experiencia religiosa en medio de noches oscuras del alma.
Juan José Tamayo-Acosta"El País", Madrid, Jueves Santo, 12 de abril de 2001

lunes, 11 de agosto de 2008

8 años.


Mañana cumplimos 8 años de casados, Martha y yo. De aquel 12 de agosto guardo gratos recuerdos. A última hora tuve que llevar al salón el hielo de las bebidas y replete el carro hasta en los asientos con las bolsas de cubo de hielo; cuando termine tenia mojados todos los asientos salvo el del piloto, nunca imagine que cupieran 70 bolsas en un carrito tan chico.
Cuando empezó la misa, entro la novia, pero en lugar de la típica marcha de Mendelsohn tocaron una canción cristiana llamada “sumérgeme” que desde antes era mi favorita, claro que no era la apropiada para la ocasión pero la asumí como un signo de Dios, un regalo, como si el me quería decir de alguna manera que estaba feliz por el paso que íbamos a dar después de 2 años de noviazgo.
Ocho años se dicen fáciles y parecen pocos, pero bajo las condiciones de la vida actual ocho años son muchos más que el promedio que dura una relación, que anda entre los 2 o 3 años, algo así, por allí lo leí hace unos meses.
No soy muy afecto a hablar de cuestiones personales, por temor a terminar siendo “candil de la calle, oscuridad de la casa”; he visto fallar a tantos y a tan supuestamente grandes lideres en esto del matrimonio, que me doy por bien servido de haber llegado a este punto. Hacerle al icono y al experto en la materia me parece vano, inclusive dar un consejo a las jóvenes parejas me cuesta trabajo.
No conozco la formula del matrimonio feliz, quizás porque no la hay, puesto que vivir casado es eso: vivir, con todos los dramatismos y extremos que eso encierra. Y sobrevive una pareja no por ser la que más se ame, sabrá Dios como se cuantifica eso del amor, sobrevive la pareja por cuanta inteligencia emocional y gratuidad estén dispuestos a invertir en la relación. Y estas dos cosas, quizás solo Dios la pueda dar.

Alcides