domingo, 21 de octubre de 2007

Lilith (las implicaciones eticas en el arte).


Lilith es el titulo de una obra de teatro que recientemente pude ver; en una escena se representa a Yahvé ordenando se le realice el sexo oral por parte de su esposa, la cual sumisa accede.
Esta leyenda se encuentra basada en el doble relato bíblico de la creación del universo; es decir, en el Génesis se cuenta dos veces la creación del hombre y la mujer, primero en Gen. 1:27 y después en Gen 2:22, lo cual da pie en los habidos de escándalo interpretar que Yahvé creo a la primer mujer Lilith, pero como era altanera y sumamente problemática, la destruyo para hacer una Eva, ahora si, a la medida, ordenes y caprichos de Adán.
Sin embargo los estudio serios al respecto concuerdan en dos cosas; para empezar que ambos relatos tienen una marcada influencia de un escrito muy anterior titulado El Poema de Gilgamesh, el cual por cierto, es de origen babilónico, lo cual resulta por demás paradójico, pues cuando el cristianismo quiere hacer notar la pecaminosidad de algo lo denomina “babilónico”, sin embargo, Babilonia fue la fuente de inspiración humana del relato presentado en el Génesis y finalmente, que los relatos son de escritores distintos y dista mucho tiempo entre uno y otro; esto no es por demás raro, sino inclusive algo muy común en la Biblia, pues recordemos que este libro es en si, un compendio de libros y por ende de muchos autores.
Pero lo que a mi me gustaría reflexionar es sobre las implicaciones éticas en el arte.
Sin duda todo artista defenderá a muerte el hecho de que su obra no puede estar sometida a la censura exterior; que el arte debe ser libre. En estos primeros axiomas estamos de acuerdo. Por simple deducción se infiere que si esto no fuera así, el arte se estancaría en un clasicismo eterno, lo cual va en contra del espíritu mismo del arte. Así pues, tendríamos por ejemplo en la música clásica un eterno barroco condenándonos a escuchar para siempre variaciones de compositores como Vivaldi, Bach o Telemann.
Por otra parte, es evidente también, que toda obra de arte conlleva la visión propia de su creador, su estilo personal; al escuchar una pieza de música por primera vez, quien esta versado en un compositor en especifico puede decir si tal pieza corresponde al autor en cuestión; lo mismo sucede en todas las expresiones del arte, uno sabe que tal cuadro es de Botero o de VanGogh, en la poesía cualquiera con el mínimo de conocimiento en la materia distingue un soneto de Pablo Neruda que una rima de Gustavo Bécquer; por tanto Lilith tampoco escapa a estas consideraciones, así que un acto de marudez obliga a ver la obra como una postura de su autor, ¿tal postura es correcta o incorrecta?, esa ya es una decisión personal que cada quien debe asumir.
En lo personal me preocupa la visión que guarda de Dios el autor, no por obscena, sino porque con tristeza debo reconocer que es la visión predominante en los ambientes seculares: un Dios egoísta, distante y que permanece inmutable ante el dolor humano; si, en la vida diaria laboral, familiar, en los círculos de amigos, así es visto Dios y el culpable no es Dios, sino a aquellos que dio como misión anunciar quien era el en realidad: su Iglesia. Demuestra que no hemos hecho bien el trabajo. Considero que desgajarse las vestiduras a la usanza de los fariseos es por demás hipócrita; los hombres de Iglesia hacen mas escarnio publico del nombre de Dios y nadie dice nada; allí están por ejemplo los seiscientos y tantos millones de dollares que la diócesis de Los Ángeles (USA) esta pagando a los niños sobrevivientes de abusos sexuales por parte del clero. Eso si es realmente obsceno y ninguna buena conciencia dice nada.
Ahora bien, así como el arte es inherente al espíritu humano, también lo es la ética. El hombre requiere del arte para comunicar su sentir respecto de la vida y requiere de la ética para poder vivir en paz y armonía con sus semejantes. Sopesar estas dos tendencias naturales es misión irrenunciable del artista que se jacte de ser serio y comprometido con su obra; claro esta que nunca faltaran anarquistas que propugnen por el fin de toda regla, norma y moral, pero eso solo son posturas histriónicas facilonas.
Al principio hablaba de que la censura externa es inaceptable, pero la de fuero interno es por demás necesaria. De lo contrario caminamos irremediablemente a la anarquía, la cual es la antitesis del género humano. Por tanto, creo que todo artista debe plantearse sobre aquellos puntos en el que el contenido de su obra pueda lastimar lo que otros tienen por sagrado; antes de dar rienda suelta a la creatividad los artistas se deberían de preguntar: ¿es valido, imprescindible o al menos necesario que yo haga menoscabo de aquello tópicos que otros tienen por divino?. ¿En que engrandece al arte y a la humanidad la ridiculización de lo que para otros resulta sagrado?. ¿No será en el fondo el sacrilegio solo una formula soez de encubrir la falta de talento?. ¿No será aquel slogan “mi objetivo es mover la conciencia de las masas” solo una forma de rellenar el vació intelectual?
No hay norma mas sana para la convivencia humana que aquella que dicta: mi libertad llega, hasta donde llega la libertad del otro.

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