
Hace dos días leía un articulo de un amigo, sobre lo que el considera es la primer palabra tabú de este naciente siglo XXI, la cual es “diferencia”.
En su hipótesis parte del hecho en que la globalización se ha vuelto un suceso multifacético que ya no solo se remite a la economía sino se adentra a la cultura, la religiosidad, la sexualidad y todos los etcéteras que puedan existir.
Lo cual nos orilla como humanos a ser simples “sabores”, es decir, no podemos tener nada en singular, sino que somos variaciones de un todo; no hay lugar pues a las diferencias.
Así pues, el que defienda por ejemplo la necesidad imperante de la heterosexualidad del amor, es considerado como retrogrado, como una reliquia del pensamiento pasado, alguien pues, anacrónico.
Reflexionando en esta idea de los nuevos tabúes, creo que la siguiente palabra que se ha vuelto maldita es “dolor”. ¿Por qué?, porque el avance exponencial de la ciencia y la tecnología que hemos tenido a partir de la revolución industrial nos ha fascinado y por tanto hemos puesto nuestras ilusiones totales en ellas, llegando a creer que podemos inventar la cura para cualquier dolor y la herramienta para aligerar cualquier esfuerzo físico.
Recientemente me comentaba una persona que sufría de una etapa depresiva debido a su situación personal concreta (la cual, ciertamente era difícil); que había tomado la determinación de ir a donde un psiquiatra o psicoanalista en busca de alguna medicación que redujeran ese estado de animo triste que lo hundía inclusive hasta caer en etapas catatonicas leves. Es decir, en otras palabras, quería una pastilla para ser feliz.
Sin embargo, un vistazo a las más nuevas teorías psicologías demuestra que cada día más, se trata de evitar precisamente eso y que por el contrario se hace un énfasis mayor en la necesidad de asumir y enfrentar nuestra realidad de una manera conciente.
En una visión muy generalizadora podemos decir que hay dos grandes tendencias respecto a como asumir el dolor:
Primero, la negación. Nuestra civilización, nuestro tiempo actual, trata de vendernos por doquier la idea de que el dolor es algo anormal que debe ser entendido como un defecto de la naturaleza; es decir, descontextualizarlo de nuestra vida y si es posible, ni siquiera reflexionar sobre el. Para eso esta la televisión, para olvidar nuestra soledad. Para eso están las drogas, para olvidar nuestra insatisfacción de lo que somos. Para eso la promiscuidad, para olvidar lo difícil que puede resultar la vida en pareja. Para eso esta el aborto, para olvidarnos de la preocupación de crear un hijo no deseado.
Segundo, la postura morbosa y de sensiblería, es decir, al deleite en el dolor ajeno o al exacerbamiento de este. Los pongo juntos porque van tan estrechamente ligados que en un análisis serio resulta casi imposible vislumbrar donde acaba el uno o el otro. ¿Ejemplo?, uno mediático, el caso de la película de Mel Gibson “la pasión”, que convoco a niveles de psicosis colectiva verdaderos ríos de católicos que saturaron por mucho tiempo las salas de los cines y, que no faltaron las leyendas urbanas que en esas salas murió alguna ancianita de un infarto ante la impresión de las escenas, así como que había conmovido el corazón de algun asesino el cual saliendo fue a entregarse a la comisaría mas cercana; pero como bien dijo el teólogo Leonardo Boff: esa pasión es la pasión de Gibson por la sangre.
Otro ejemplo, más personal, procede de mi infancia. Recuerdo que estando en catecismo, a la edad de 10 años, nos decía una ocasión el párroco de la iglesia, que Jesús había recibido 7777 azotes en el calvario, a lo cual pregunte como se sabía eso con exactitud y el dijo: un santo recibió el dato en una revelación. Lo cual, desde entonces despierta mis sospechas sobre la veracidad del santo y del mismo párroco.
Por otro lado, hay otras formas concretas del ser que resultan dolorosas por ser inherentes al individuo, por ejemplo una tendencia sexual fuertemente arraigada como la homosexualidad, problemas mentales del origen genético como el que padece obsesiones o también una deformación física; son estos casos ocasión de dolor en quienes las padecen. Y siguen despertando en nosotros ante tal encuentro preguntas tan viejas como la misma humanidad: ¿Por qué Dios permite que alguien nazca así?, ¿Por qué Dios si es amor, permite tal dolor?
Por ultimo me viene a la mente de nuevo la muerte de Jesús, y me pregunto, ¿podía Jesús haber escogido otra muerte menos dolorosa e ignominiosa?, creo que si, entonces, ¿porque escogió la peor de aquellos tiempos?, al grado de hacerse acreedor de una maldición bíblica: maldito aquel que cuelga de un madero.
En esta elección de dolor y muerte, Jesús nos quiere dar una de las mayores enseñanzas: el dolor es inherente a la condición humana y El, que quiso ser en todo humano, no quiso privarse de experimentar en carne propia este trance inevitable como un acto de solidaridad y de amor para con el genero humano.
Alcides
En su hipótesis parte del hecho en que la globalización se ha vuelto un suceso multifacético que ya no solo se remite a la economía sino se adentra a la cultura, la religiosidad, la sexualidad y todos los etcéteras que puedan existir.
Lo cual nos orilla como humanos a ser simples “sabores”, es decir, no podemos tener nada en singular, sino que somos variaciones de un todo; no hay lugar pues a las diferencias.
Así pues, el que defienda por ejemplo la necesidad imperante de la heterosexualidad del amor, es considerado como retrogrado, como una reliquia del pensamiento pasado, alguien pues, anacrónico.
Reflexionando en esta idea de los nuevos tabúes, creo que la siguiente palabra que se ha vuelto maldita es “dolor”. ¿Por qué?, porque el avance exponencial de la ciencia y la tecnología que hemos tenido a partir de la revolución industrial nos ha fascinado y por tanto hemos puesto nuestras ilusiones totales en ellas, llegando a creer que podemos inventar la cura para cualquier dolor y la herramienta para aligerar cualquier esfuerzo físico.
Recientemente me comentaba una persona que sufría de una etapa depresiva debido a su situación personal concreta (la cual, ciertamente era difícil); que había tomado la determinación de ir a donde un psiquiatra o psicoanalista en busca de alguna medicación que redujeran ese estado de animo triste que lo hundía inclusive hasta caer en etapas catatonicas leves. Es decir, en otras palabras, quería una pastilla para ser feliz.
Sin embargo, un vistazo a las más nuevas teorías psicologías demuestra que cada día más, se trata de evitar precisamente eso y que por el contrario se hace un énfasis mayor en la necesidad de asumir y enfrentar nuestra realidad de una manera conciente.
En una visión muy generalizadora podemos decir que hay dos grandes tendencias respecto a como asumir el dolor:
Primero, la negación. Nuestra civilización, nuestro tiempo actual, trata de vendernos por doquier la idea de que el dolor es algo anormal que debe ser entendido como un defecto de la naturaleza; es decir, descontextualizarlo de nuestra vida y si es posible, ni siquiera reflexionar sobre el. Para eso esta la televisión, para olvidar nuestra soledad. Para eso están las drogas, para olvidar nuestra insatisfacción de lo que somos. Para eso la promiscuidad, para olvidar lo difícil que puede resultar la vida en pareja. Para eso esta el aborto, para olvidarnos de la preocupación de crear un hijo no deseado.
Segundo, la postura morbosa y de sensiblería, es decir, al deleite en el dolor ajeno o al exacerbamiento de este. Los pongo juntos porque van tan estrechamente ligados que en un análisis serio resulta casi imposible vislumbrar donde acaba el uno o el otro. ¿Ejemplo?, uno mediático, el caso de la película de Mel Gibson “la pasión”, que convoco a niveles de psicosis colectiva verdaderos ríos de católicos que saturaron por mucho tiempo las salas de los cines y, que no faltaron las leyendas urbanas que en esas salas murió alguna ancianita de un infarto ante la impresión de las escenas, así como que había conmovido el corazón de algun asesino el cual saliendo fue a entregarse a la comisaría mas cercana; pero como bien dijo el teólogo Leonardo Boff: esa pasión es la pasión de Gibson por la sangre.
Otro ejemplo, más personal, procede de mi infancia. Recuerdo que estando en catecismo, a la edad de 10 años, nos decía una ocasión el párroco de la iglesia, que Jesús había recibido 7777 azotes en el calvario, a lo cual pregunte como se sabía eso con exactitud y el dijo: un santo recibió el dato en una revelación. Lo cual, desde entonces despierta mis sospechas sobre la veracidad del santo y del mismo párroco.
Por otro lado, hay otras formas concretas del ser que resultan dolorosas por ser inherentes al individuo, por ejemplo una tendencia sexual fuertemente arraigada como la homosexualidad, problemas mentales del origen genético como el que padece obsesiones o también una deformación física; son estos casos ocasión de dolor en quienes las padecen. Y siguen despertando en nosotros ante tal encuentro preguntas tan viejas como la misma humanidad: ¿Por qué Dios permite que alguien nazca así?, ¿Por qué Dios si es amor, permite tal dolor?
Por ultimo me viene a la mente de nuevo la muerte de Jesús, y me pregunto, ¿podía Jesús haber escogido otra muerte menos dolorosa e ignominiosa?, creo que si, entonces, ¿porque escogió la peor de aquellos tiempos?, al grado de hacerse acreedor de una maldición bíblica: maldito aquel que cuelga de un madero.
En esta elección de dolor y muerte, Jesús nos quiere dar una de las mayores enseñanzas: el dolor es inherente a la condición humana y El, que quiso ser en todo humano, no quiso privarse de experimentar en carne propia este trance inevitable como un acto de solidaridad y de amor para con el genero humano.
Alcides
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