
¿Quiénes son los laicos?
Se puede decir desde un punto de vista mas o menos teológico que somos todos aquellos que por el bautismo ejercemos el sacerdocio común que nos fue conferido por este sacramento; es decir todos aquellos que no ejercemos el otro sacerdocio, el ministerial-sacramental, por tanto el laicado conforma la inmensa mayoría del cuerpo de la Iglesia.
En la vida práctica el laico participa de la vida eclesial en forma casi esporádica pues debe proveerse y satisfacer todas las necesidades propias del estado de vida que ha escogido: alimentos, ropa, educación, empleo, diversión, relaciones familiares, etc. etc. Lo cual para el ritmo actual de la sociedad significa que en ello consume la gran mayoría de su tiempo.
Por tanto, después de cubrir largas jornadas en las actividades propias o en sus días de asueto es cuando se inserta en la vida comunitaria de la Iglesia, en gran medida por ello su papel es en los más de los casos casi estático y de espectador, pues es obvio que sus energías son consumidas con anterioridad. Al respecto el psicoanalista Erich Fromm señalaba en su libro “El arte de amar”, que la clase proletaria pasaba su tiempo laboral añorando el tiempo de descanso, pero cuando este llegaba lo consumía de forma perezosa, obviamente Fromm nunca fue un proletario que realizo trabajo físico en jornadas de 12 horas para después tener el animo de realizar alguna actividad adicional. Lo que intento señalar es que no se puede acusar a priori de tener un papel perezoso al laicado sin hacer un análisis de sus condiciones específicas, para no caer en el error de observación que cometió el citado E. Fromm.
Pero al punto importante que vamos es al siguiente: el laicado -que conforma la gran mayoría-, requiere adquirir en ese breve tiempo en el cual participa en la Iglesia-comunidad un doble impulso; primero el impulso necesario para cumplir con la misión evangelizadora allá en los ambientes que se encuentra insertado en su vida cotidiana; y segundo, un impulso de conversión personal que lo aliente a llevar una perseverancia; en la medida que logre estos dos puntos la Iglesia como comunidad podrá tener un crecimiento autentico o en otras palabras podrá cumplir con su misión evangelizadora y recordemos que evangelizar es el sentido de existencia de la Iglesia.
El papel actual del laico
Una vez que hemos visto quienes son los laicos, la pregunta que sigue es ¿Qué hacen en la Iglesia?, para tal respuesta salta rápidamente algo evidente: si participan esporádicamente, su papel es por tanto esporádico. Lo cual es acentuado por la forma jerárquica en que se encuentra estructurada la Iglesia, pues ellos ocupan el nivel mas bajo en la pirámide. Por tanto su papel en la toma de decisiones que van marcando el rumbo de la Iglesia se remite a ser meramente consultivo en el mejor de los casos.
En lo personal creo que ciertamente la mejor forma de salvar la unidad y gobernar una institución como el catolicismo es precisamente el sistema jerárquico, en lo que si guardo cierto recelo es en aceptar que exista un vínculo exclusivita entre jerarquía y sacerdocio ministerial.
Un tema que viene muy a la par y que resulta sumamente vigente es el del celibato obligatorio en el sacerdocio ministerial; mas allá de los argumentos apologéticos validos (y otros que resultan un tanto ambiguos) a favor de ello, la Iglesia tiene razón en conservarlo intacto debido a sus múltiples aspectos positivos en la vida practica (por otro lado recordemos que en la otra fuente de la revelación divina, que es la tradición, podemos observar que el celibato fue establecido tardía y gradualmente hasta los siglos X y XII. En otras palabras, la mitad de nuestra historia se ha escrito con sacerdotes casados).
Simplemente pensemos en esto: ¿Quién confiaría plenamente sus pecados dentro del sacramento de la confesión a un hombre casado?, siendo sinceros para llegar a ese punto nos falta un tramo que bajo la condición humana dudo mucho que se pueda alcanzar pues exige demasiado tanto al ministro como al penitente.
Pero volvamos a el punto en que estábamos (el papel del laico) reconociendo que al menos diocesanamente en forma reciente se han integrado los denominados Consejos de Pastoral Parroquial donde los representantes de los movimientos laicales, congregaciones religiosas, agentes de pastoral y en general todos aquellos grupos que tienen presencia en las parroquias auxilian de forma consultiva al párroco en las labores propias de la comunidad.
Esto es un paso importante aunque todavía requiere de ser madurado pues en general en dichos Consejos solo se abordan temas de forma y se deja un tanto a la inercia el fondo, es decir, se planean las cosas materiales pero se descuida el aspecto espiritual de la comunidad.
Conclusiones
En general esto ultimo que menciono es el meollo de la inmensa mayoría de los problemas del catolicismo: se sobreprotegen las formas y se olvida el fondo; o también se puede plantear así: se trata de garantizar la validez hasta caer en ocasiones en una practica neo-farisaica y se descuida la eficacia.
La solución a este problema es volver a lo esencial obviamente y en este contexto recuerdo una frase muy sabia de nuestra ahora P. Benedicto XVI, el Card. Joseph Ratzinger: el gran problema de la Iglesia es que habla mucho de si misma y muy poco de Dios.
¡Exacto!, volver a Dios como en el principio mismo de nuestra historia como Iglesia, al mismo Pentecostés, es decir a buscar una experiencia espiritual personal y comunitaria de Dios (He 2:1) que sea capaz de lanzarnos al mundo como se lanzaron los apóstoles ese día donde Pedro en su discurso kerygmatico (He 2:14-39) convirtió a mas de tres mil (He. 2:41).
Aquí es donde empieza a haber los problemas serios y en el que el hasta el simple lenguaje utilizado para abordar el tema nos empieza a resultar propios de un fanatismo, ya que por desgracia nuestra fe se encuentra contaminada en gran medida por una era de la racionalizacion, es decir, una fe que espera descubrir y creer solo en aquello concreto que pueda alcanzar a percibir en la parte tangible del ser: cuerpo y mente, mientras que la otra parte, la espiritual, sigue, por paradójico que parezca, bajo una mirada recelosa.
Se puede decir desde un punto de vista mas o menos teológico que somos todos aquellos que por el bautismo ejercemos el sacerdocio común que nos fue conferido por este sacramento; es decir todos aquellos que no ejercemos el otro sacerdocio, el ministerial-sacramental, por tanto el laicado conforma la inmensa mayoría del cuerpo de la Iglesia.
En la vida práctica el laico participa de la vida eclesial en forma casi esporádica pues debe proveerse y satisfacer todas las necesidades propias del estado de vida que ha escogido: alimentos, ropa, educación, empleo, diversión, relaciones familiares, etc. etc. Lo cual para el ritmo actual de la sociedad significa que en ello consume la gran mayoría de su tiempo.
Por tanto, después de cubrir largas jornadas en las actividades propias o en sus días de asueto es cuando se inserta en la vida comunitaria de la Iglesia, en gran medida por ello su papel es en los más de los casos casi estático y de espectador, pues es obvio que sus energías son consumidas con anterioridad. Al respecto el psicoanalista Erich Fromm señalaba en su libro “El arte de amar”, que la clase proletaria pasaba su tiempo laboral añorando el tiempo de descanso, pero cuando este llegaba lo consumía de forma perezosa, obviamente Fromm nunca fue un proletario que realizo trabajo físico en jornadas de 12 horas para después tener el animo de realizar alguna actividad adicional. Lo que intento señalar es que no se puede acusar a priori de tener un papel perezoso al laicado sin hacer un análisis de sus condiciones específicas, para no caer en el error de observación que cometió el citado E. Fromm.
Pero al punto importante que vamos es al siguiente: el laicado -que conforma la gran mayoría-, requiere adquirir en ese breve tiempo en el cual participa en la Iglesia-comunidad un doble impulso; primero el impulso necesario para cumplir con la misión evangelizadora allá en los ambientes que se encuentra insertado en su vida cotidiana; y segundo, un impulso de conversión personal que lo aliente a llevar una perseverancia; en la medida que logre estos dos puntos la Iglesia como comunidad podrá tener un crecimiento autentico o en otras palabras podrá cumplir con su misión evangelizadora y recordemos que evangelizar es el sentido de existencia de la Iglesia.
El papel actual del laico
Una vez que hemos visto quienes son los laicos, la pregunta que sigue es ¿Qué hacen en la Iglesia?, para tal respuesta salta rápidamente algo evidente: si participan esporádicamente, su papel es por tanto esporádico. Lo cual es acentuado por la forma jerárquica en que se encuentra estructurada la Iglesia, pues ellos ocupan el nivel mas bajo en la pirámide. Por tanto su papel en la toma de decisiones que van marcando el rumbo de la Iglesia se remite a ser meramente consultivo en el mejor de los casos.
En lo personal creo que ciertamente la mejor forma de salvar la unidad y gobernar una institución como el catolicismo es precisamente el sistema jerárquico, en lo que si guardo cierto recelo es en aceptar que exista un vínculo exclusivita entre jerarquía y sacerdocio ministerial.
Un tema que viene muy a la par y que resulta sumamente vigente es el del celibato obligatorio en el sacerdocio ministerial; mas allá de los argumentos apologéticos validos (y otros que resultan un tanto ambiguos) a favor de ello, la Iglesia tiene razón en conservarlo intacto debido a sus múltiples aspectos positivos en la vida practica (por otro lado recordemos que en la otra fuente de la revelación divina, que es la tradición, podemos observar que el celibato fue establecido tardía y gradualmente hasta los siglos X y XII. En otras palabras, la mitad de nuestra historia se ha escrito con sacerdotes casados).
Simplemente pensemos en esto: ¿Quién confiaría plenamente sus pecados dentro del sacramento de la confesión a un hombre casado?, siendo sinceros para llegar a ese punto nos falta un tramo que bajo la condición humana dudo mucho que se pueda alcanzar pues exige demasiado tanto al ministro como al penitente.
Pero volvamos a el punto en que estábamos (el papel del laico) reconociendo que al menos diocesanamente en forma reciente se han integrado los denominados Consejos de Pastoral Parroquial donde los representantes de los movimientos laicales, congregaciones religiosas, agentes de pastoral y en general todos aquellos grupos que tienen presencia en las parroquias auxilian de forma consultiva al párroco en las labores propias de la comunidad.
Esto es un paso importante aunque todavía requiere de ser madurado pues en general en dichos Consejos solo se abordan temas de forma y se deja un tanto a la inercia el fondo, es decir, se planean las cosas materiales pero se descuida el aspecto espiritual de la comunidad.
Conclusiones
En general esto ultimo que menciono es el meollo de la inmensa mayoría de los problemas del catolicismo: se sobreprotegen las formas y se olvida el fondo; o también se puede plantear así: se trata de garantizar la validez hasta caer en ocasiones en una practica neo-farisaica y se descuida la eficacia.
La solución a este problema es volver a lo esencial obviamente y en este contexto recuerdo una frase muy sabia de nuestra ahora P. Benedicto XVI, el Card. Joseph Ratzinger: el gran problema de la Iglesia es que habla mucho de si misma y muy poco de Dios.
¡Exacto!, volver a Dios como en el principio mismo de nuestra historia como Iglesia, al mismo Pentecostés, es decir a buscar una experiencia espiritual personal y comunitaria de Dios (He 2:1) que sea capaz de lanzarnos al mundo como se lanzaron los apóstoles ese día donde Pedro en su discurso kerygmatico (He 2:14-39) convirtió a mas de tres mil (He. 2:41).
Aquí es donde empieza a haber los problemas serios y en el que el hasta el simple lenguaje utilizado para abordar el tema nos empieza a resultar propios de un fanatismo, ya que por desgracia nuestra fe se encuentra contaminada en gran medida por una era de la racionalizacion, es decir, una fe que espera descubrir y creer solo en aquello concreto que pueda alcanzar a percibir en la parte tangible del ser: cuerpo y mente, mientras que la otra parte, la espiritual, sigue, por paradójico que parezca, bajo una mirada recelosa.
Alcides
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