sábado, 6 de octubre de 2007

Palillo. Una historia sacada del monton.


Palillo era el único nombre que le conocía a aquel chiquillo; que vivía en mi infancia por el barrio; éramos casi de la misma edad, aunque ciertamente le adelantaba por unos cinco o seis años según calculo.
Palillo era más que apodo una forma de describir su físico. Delgado en extremo, gracias a la desnutrición; aun así un poco más alto que el estándar para su edad; su color de piel era el de los brazos secos de un árbol; sus ojos negros que hoy me parecen querían decir algo desde el fondo de su alma, algo que nadie supo escuchar jamás.
Me dolida verlo en los inviernos jugar descalzo y solitario, en especial aquellos días de equipatas, que son días y mas días de una lluvia menuda pero interminable. Pues bien, el era el único que corría por los arroyuelos de las calles, los demás nos internábamos en nuestras casas a ver televisión y esperar que pasara el mal tiempo; hoy creo que muy probablemente el no lo hacia porque no tenia televisión.
Mucho tiempo después supe que su papa los había abandonado para irse con otra mujer y después emigro a Estados Unidos, dejando a Palillo, sus otros tres hermanitos y a su mama en el desamparo. Su madre pues, trabajaba de noche para darles lo mínimo para subsistir, muchos dicen que lo hacia en lugares no muy decentes, pero el caso es que sus chiquillos siempre andaban en las calles solos y semidesnudos.
Así, aunque yo nunca mantuve una amistad con el, lo conocía como suele decirse “de vista”, es decir, sabia de su existencia, donde vivía, algun que otro dato personal que son los que he tratado de ir plasmando aquí.
Después, ya en la preparatoria, me entere que este muchachito ya había entrado a la adolescencia y, por desgracia, se había vuelto sumamente rebelde; que había tomado como ideal los héroes de los narco corridos; recuerdo claramente que me dijo un día mi madre: su sueño es ser mayor de edad para meterse al narcotráfico y traer una ametralladora, por lo pronto ya empezó cargando una navaja a todos lados, dice que la lleva para que lo saque de problemas.
Palillo pronto como era de esperare, callo en las drogas, en las cuales se hundió de una manera vertiginosa. Si de niño daba tristeza verlo rodar por la vida, de grande daba aun mas lastima verlo rodar tan rápido a la muerte.
¿Por qué entro a las drogas?, creo que era la única manera que encontró y que le pudieron mostrar de adquirir un poco de satisfacción; ese mínimo de satisfacción que requerimos los humanos para no perder la vertical, la esperanza, las ganas de vivir (por contradictoria que sea esta solucion). O quizás lo hacia para escapar de su realidad de una vida de orfandad, de soledad, de pobreza, en una palabra, de desamor.
Hace un par de años quedo ciego, por los solventes tan fuertes que inhalaba; muchos pensaron que eso lo detendría para no seguir destruyéndose, pero se equivocaron, hace unos días se suicido. Tenia veintiocho años y acabo colgado de una viga en una pocilga mal oliente.
El funeral fue un acto solitario, como había sido su vida, solo acompañado por unos cuantos familiares cercanos; ni su padre asistió, solo envió algunos dollares para cooperar con la compra del ataúd. Los llantos desgarrados no faltaron, pues si el suicidio es un acto de desesperanza, era lógico esperar que quienes lo rodeaban padecieran esa misma terrible enfermedad del alma. A fin de cuentas es una enfermedad que se contagia por el contacto humano.
Lo grave de esta historia es que no podemos decir que tal historia ha terminado, sino más bien, esta historia se repite y se repite millones de veces. A diario, por todos lados, va uno en la calle y si mira uno poquito las aceras encontrara algun Palillo. Si uno indaga un poquito en su oficia o en su escuela, encontrara mínimo un Palillo.
Como católico y como cristiano me duele esta situación, porque demuestra que no hemos logrado la misión que nos encomendó Jesús: vayan a todo el mundo. ¿A todo el mundo?, Palillo vivía a doscientos metros de un templo católico. No hemos ni salido aun a doscientos metros. Podrá ser esto una exageración metafórica, pero también guarda mucho de real.
Nuestro entrañable Juan Pablo II lo planteaba más resumido y más profundo cuando insistía en cuanto oportunidad tenía: necesitamos una nueva evangelización, nueva en su ardor.
El estaba conciente del bajísimo nivel de penetración de la misión evangelizadora de la Iglesia Católica; pero también estaba seguro que este bajo nivel no era imputable a Dios, sino a los hombres y mujeres de la Iglesia, que suelen caer en lo que Salvador Gomez llama: pescar en pecera.
Pescar en pecera, que es caer en la comodidad de no ir a todo el mundo –como lo pidió Jesús-, sino esperar que los del mundo vengan para catequizarlos; catequesis que generalmente se presenta mas como una serie de relatos mitológicos; desmembrando o desvinculando la palabra de Dios de la realidad actual y actuante del hombre. Presentando asi un Dios en pretérito y no el Dios presente y futuro que necesita anunciar la nueva evangelización.

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