jueves, 30 de abril de 2009

Independiente y Multidenominacional.


Yendo y viniendo por las calles de la ciudad me han llamado la atención los letreros de dos iglesias. Unos se hacen llamar Iglesia Independiente y la otra Iglesia Multidenominacional. ¿Independiente o multidenominacional?, ¿no es en si mismo una contradicción tales adjetivos juntos a un grupo de personas que se dicen ser una iglesia?.
Para empezar, me bota eso de independiente, porque suena ha aislado, a separado, lo cual contradice la idea de lo que es una Iglesia: el pueblo de Dios. O, ¿de que pueblo estaremos hablando?, ¿Qué dios será ese dios tan elitista que tiene una Iglesia “independiente”?.
Luego “multidenominacional”, es decir, puro ecumenismo fácil, lo cual suena a verdades laxas, porque, pienso yo, si Dios habla, habla con verdad y esas verdades son por tanto inmutables por mas controversias que levanten, porque acá entre nos si algo distingue a Dios, es hablar precisamente controvertidamente.
Y no es que yo no crea en el ecumenismo o en la independencia de la Iglesias, es solo que no son cosas tan facilotas como para ponerlas en un letrero y hacerlas motivo de separación.

Alcides

miércoles, 29 de abril de 2009


El arte en general le debe mucho al periodo Romántico, el comprendido en el siglo XVIII hasta principios XIX. Antes de ello, el arte, en especial la música era asimilada como una diversión o como la apreciación de lo externo; mas con la irrupción de los románticos el arte se volvió más personal, más introspectivo, mas expresar lo que se traía por dentro.
Los artistas se volvieron parte central de las obras, quedaban plasmadas sus emociones, sentimientos, su forma de percibir la vida, todo lo contrario al periodo Clásico que iban dejando atrás, donde el artista era un creador casi independiente de la obra; se me viene a la mente la Sinfonía 41 de Mozart, pues en esos momentos de componerla, Mozart estaba en el peor periodo de su vida, hundido en la miseria, con hambre y sin embargo la sinfonía mencionada es una obra llena de vitalidad, de alegría, es decir, nada que ver con lo que Mozart estaba pasando en su vida.
El Romanticismo no tiene que ver necesariamente con lo romántico, sino con la exaltación del Yo, o con la aparición de la primera persona en las obras. Empiezan a salir a flote temas como el nacionalismo y los derechos humanos.


Alcides

sábado, 18 de abril de 2009

viernes, 27 de marzo de 2009

Critica a la crítica.

Criticar es la actividad más sencilla entre los humanos, por el simple hecho de que somos seres imperfectos. Cualquier acción emprendida por nosotros lleva en si mismo la semilla de la imperfección, encontrarla es cuestión elemental.
Como el cuento aquel del papa que lleva al niño sobre el burro; la gente dice al verlos pasar, mira que niño tan abusivo, deja al pobre papa caminar. Intercambian posiciones, pero ahora las críticas son contra el padre desnaturalizado que deja caminar al hijo. Deciden pues caminar ambos, pero la gente los tacha de tontos al no aprovechar al burro para que los lleve cargando.
Claro esta que no toda critica es correcta, la mas de las veces, esta sesgada por factores que van mas allá del sano juicio, por ejemplo la envidia. La envidia nos hace juzgar inclusive inconscientemente en contra de lo envidiado, contamina nuestra visión. También el rencor, el odio y toda esa familia de sentimientos enturbian nuestra perspectiva hacia los demás.
Pero no solo brotan de nosotros los factores que nos hacen equivocar el juicio, también desde fuera nos bombardean cosas que nos hacen errar contra los demás, por ejemplo, la educación misma, una persona inculta no puede juzgar certeramente lo que afirma una persona que tiene conocimientos mayores. Sin embargo este desconocimiento no suele ser impedimento para bombardear con críticas aquello que ni siquiera entendemos.
En contra parte, la critica es necesaria, solo así nos podemos corregir muchas veces. Siempre necesitamos una voz pertinente que nos ayude a volver al camino correcto, así que desdeñar las críticas por ser solo críticas puede ser un error. El problema radica en discernir que critica es correcta y tener la humildad de asumirla, ¡casi nada!
Alcides

jueves, 26 de marzo de 2009

Oficialmente anciano


En este mes de diciembre completo los 70 años. Para los parámetros brasileños, paso a ser oficialmente anciano. Eso no significa que estoy próximo a la muerte, porque ésta puede ocurrir ya en el primer momento de la vida. Pero es otra etapa de la vida, la postrera. Tiene una dimensión biológica, pues, inevitablemente, el capital vital se agota, nos debilitamos, perdemos el vigor de los sentidos, y nos despedimos lentamente de todo. De hecho, resultamos también más olvidados, quién sabe, impacientes y sensibles a los gestos de bondad, que nos llevan fácilmente a las lágrimas.
Pero hay otro aspecto, más interesante. La vejez es la última etapa del crecimiento humano. Nacemos enteros, pero nunca estamos terminados. Tenemos que completar nuestro nacimiento al construir la existencia, al abrir caminos, al superar dificultades y al moldear nuestro destino. Estamos siempre en génesis. Comenzamos a nacer, vamos naciendo en prestaciones a lo largo de la vida hasta acabar de nacer. Entonces entramos en el silencio. Y morimos.
La vejez es la última oportunidad que la vida nos ofrece para acabar de nacer, para madurar y para, finalmente, terminar de nacer. En este contexto es iluminadora la palabra de san Pablo: «en la medida en que desaparece el hombre exterior, en esa misma medida rejuvenece el hombre interior» (2Cor 4,16). La vejez es una exigencia de la persona interior. ¿Qué es la persona interior? Es nuestro yo profundo, nuestro modo singular de ser y de actuar, nuestra marca registrada, nuestra identidad más radical. Esta identidad debemos encararla cara a cara.
Es personalísima, y se esconde detrás de muchas máscaras que la vida nos impone. Pues la vida es un teatro en el cual desempeñamos muchos papeles. Yo, por ejemplo, fui franciscano, sacerdote, ahora laico, teólogo, filósofo, profesor, conferencista, escritor, editor, redactor de algunas revistas, investigado por las autoridades doctrinales del Vaticano, sometido a un «silencio obsequioso»... y algunos otros papeles más. Pero hay un momento en que todo eso se relativiza y pasa a ser pura paja. Entonces dejamos el palco, nos quitamos las máscaras y nos preguntamos: en definitiva, ¿quién soy yo? ¿Qué sueños me mueven? ¿Qué ángeles me habitan? ¿Qué demonios me atormentan? ¿Cuál es mi lugar en el designio del Misterio? En la medida en que intentamos, con temor y temblor, responder a estas indagaciones, viene a la luz la persona interior. La respuesta nunca es conclusiva; se pierde hacia dentro del Inefable...
Éste es el desafío para la etapa de la vejez. Entonces nos damos cuenta de que necesitaríamos muchos años de vejez para encontrar la palabra esencial que nos defina. Sorprendidos, descubrimos que no vivimos porque simplemente no morimos, pero vivimos para pensar, meditar, rasgar nuevos horizontes y crear sentidos de vida. Especialmente para intentar hacer una síntesis final, integrando las sombras, realimentando los sueños que nos sostuvieron por toda una vida, reconciliándonos con los fracasos y buscando sabiduría. Es ilusión pensar que ésta viene con la vejez... Viene del espíritu con el que vivenciamos la vejez como etapa final del crecimiento y de nuestra verdadera Navidad.
Por fin, importa preparar el gran Encuentro. La vida no está estructurada para terminar en la muerte, sino para transformarse a través de la muerte. Morimos para vivir más y mejor, para sumergirnos en la eternidad y encontrar la Última Realidad, hecha de amor y de misericordia. Ahí sabremos finalmente, quién somos y cuál es nuestro verdadero nombre.
Alimento el mismo sentimiento que el sabio del Antiguo Testamento: «Contemplo los días pasados y tengo los ojos vueltos hacia la eternidad».
Finalmente, alimento dos sueños, sueños de un joven anciano: el primero es escribir un libro sólo para Dios, si es posible con la propia sangre; y el segundo, imposible, pero bien expresado por Herzer, niña de la calle y poeta: «yo sólo quería nacer de nuevo, para enseñarme a vivir». Pero como eso es irrealizable, sólo me queda aprender en la escuela de Dios. Parafraseando a Camões, completo: «más viviera si no fuera, para tan gran ideal, tan corta la vida».


Leonardo Boff

jueves, 19 de marzo de 2009

Acción de Gracias.



Doy gracias al Señor por la fe que me arrebata y me quema, que calcina mi espíritu y me hace atravesar las noches de oscuridad, y me ilumina de relámpagos, y dobla mis rodillas ante el Misterio, y arranca de mis secos labios susurros orantes.

Gracias al Señor por la mirada tierna de la madre inclinada junto a la cuna y del padre inflamado de clamores de justicia, y de la familia que se interroga de cara al futuro, intimidada por las vicisitudes de una política paralizante, pero sin desalentarse en la lucha ciudadana por derechos y conquistas.

Gracias al Señor por los navíos que enarbolan banderas en el horizonte de la utopía y desalojan de sus bodegas la memoria de los excluidos, y por los cazadores de esperanza que nunca pierden de vista su objetivo, y por los peregrinos que se niegan a interrumpir sus pasos a cambio de una estabilidad tan inepta como pájaros disecados.

Doy gracias por el encantamiento de la palabra, por su fuerza creativa, volcánica, instauradora de odios y de amores, y por su eco inaudible en los subterráneos de la conciencia, ahí donde el verbo se hace carne transubstanciándose en espíritu y revelando las profundidades de la verdad.
Gracias por los que se rehúsan a hacer guerras y exponen al ridículo la arrogancia de los poderosos, que hacen inviables el equilibrio de fuerzas, pues saben que la paz es hija de la justicia y que la política se cura de la locura cuando, convertida en llave, abre los grilletes que oprimen a los pobres.

Gracias al Señor por el Big Bang y las explosiones solares, las supernovas que reinauguran la Creación, por los quars centrados en el misterio de la Trinidad, los fotones que nos traen luz, los teoremas de Pitágoras, el heliocentrismo de Copérnico, la insumisión de Galileo, la manzana de Newton y el ascensor del departamento de patentes de Einstein.

Le doy gracias al Señor por quien, desprovisto de tierra, se yergue lleno de dignidad y se cobija bajo una lona negra para escapar de la favelización urbana, y desenmascara la ley injusta, la prepotencia del latifundio y la agresividad bélica de quienes se creen portadores de escrituras divinas.

Gracias por el silencio de los monjes enclaustrados, por la quietud de las bibliotecas abaciales, por el tono suave, repetitivo y solemne del canto gregoriano, la sensualidad de las curvas góticas, la irreverencia del barroco y la belleza hermafrodita de los ángeles.

Doy gracias por tanta debilidad subyacente a nuestras petulantes apariencias, por la carencia indignada de nuestra subjetividad, cara opuesta de la mentira, el soborno y la falsa promesa, y nos hace alejarnos de nosotros mismos para que, distanciados por hacer lo que no somos, seamos capaces de comenzar de nuevo.

Señor, gracias por tu amor reflejado en la cara de los dementes, y por el tamaño inconmensurable de tu perdón para quien dobla su corazón en súplica, y por tu complicidad con quien rompe leyes y cánones para no traicionar nunca la propia conciencia.

Gracias por los gobernantes que tratan de quitarse la sed en el pozo frío de la humildad y no despiden a los pobres con las manos vacías, que plasman las promesas en compromisos, y toman decisiones, traduciéndolas en alegrías efectivas.

Doy gracias al Señor por el trazado irregular de la vida, y por tantas curvas en los afectos, y por las sorpresas diarias que aplacan desesperanzas, y por las amistades indelebles, y por los encuentros de inesperadas alegrías, por el peso leve del fardo amado, por el vigor de los abrazos que sacramentan lazos definitivos, y por la identidad que se traduce en la limpieza de la mirada.

Gracias por el banco de la plaza y los ancianos entretenidos en juegos memorables, por la campana que repica en la torre del campanario, por el heladero asediado por niños, por la joven fea adornada de belleza por un corazón apasionado, correspondida por el galán hermoso que dio la espalda a otros rostros que se creían bonitos.

Doy gracias por el chal que abriga a la mujer en la silla del columpio, acunada de recuerdos, y por la carrera del niño repleto de júbilo al encuentro del compañero, y por el florero que da color a la ventana, y por la foto de los abuelos sobre la mesita de noche, y por el vino noble guardado para una ocasión especial, y por el pan untado de mantequilla litúrgicamente servido y sorbido en el café con leche.

Gracias, Dios, por la poesía y por la duda, por la matemática y tan pocas adicciones en una vida de substracciones, por la filosofía y la estupidez de los escépticos, por los bellos horizontes y las tardes de rayos y truenos, por los premios y las derrotas, por el éxito y el fracaso, por lo que se habla y por lo que se calla.

Gracias en fin por la vida y por la muerte, esa señora que nos aguarda con los brazos abiertos en una esquina de la existencia, pronta a seducirnos y llevarnos irremediablemente a tu presencia, donde al final entenderemos por qué todas tus acciones son de gracia.

Frei Betto

Ayúdame Freud.


El otro día leí por fin, la confesión que tanto espere de un psicólogo: que la inmensa mayoría de ellos se meten a esa carrera para resolver su vida personal. Si, nada sobre natural, un medico que escoge esa carrera precisamente para sanarse el primero, suena hasta lógico; pues, ese acto de humildad de reconocerlo no lo había visto por ningún lado. Es como si un carpintero no hiciera los muebles de su casa o un electricista no pusiera un foco en el cuarto de lavado si se necesitara, así de sencillo. Pero tenemos en nuestras cabecillas la idea de que un psicólogo es un ser superior, un semi dios, que ha logrado trascender todas las vicisitudes de la condición humana, que detrás de esa pipa, de ese saco con coderas de hule, de ese cruzar la pierna para escuchar nuestros traumas al lado del diván, solo hay un hombrecillo como cualquiera de nosotros. Y esta idea de la debilidad ordinaria del “doctor psiquiatra” me quedo en después de leer aquellas cartas de amor de S. Freud, padre del psicoanálisis y cuyas primeras teorías en el campo de la psiquis son base de lo que hoy son las mas modernas escuelas siquiátricas.
Uno se queda impresionado al leer a Freud, al menos yo si, me quede con esa idea del súper hombre salvo de todo tabú, complejos, síndrome y todas esas cosas que afectan al subconsciente, súper yo o como se le llama a la actividad psíquica. Creía en ese Freud de las fotos. Mas al leer sus cartas de amor, de leer a ese hombre en grado sumo cursi, ¡oh, desilusión!, Freud el padre de los que analizan a los simples mortales era mas ridículo en amores que el tal Cirano de Bergerac.
Alcides